Noviazgo y castidad
Un aspecto concreto en la dirección espiritual de los novios es orientarlos en los temas relacionados con la virtud de la castidad, en concreto en cómo vivir la sexualidad dentro del noviazgo. Es actualmente muy frecuente la confusión acerca de los criterios morales en las relaciones entre personas jóvenes no casadas de distinto sexo; y no sólo entre los mismos interesados, sino también entre los padres, educadores y otras personas que intervienen de algún modo en su formación. Incluso cuando se trata de cristianos de recta conciencia, es fácil que la presión de un ambiente hedonista les lleve al acostumbramiento y a la condescendencia con ciertas prácticas en el trato social que no son ni cristianas ni conformes a la ley moral.
Digamos de entrada que la castidad en el noviazgo tiene en general las mismas características que la de los demás célibes. Tan sólo cambia la motivación para ciertas conversaciones más personales y algunas demostraciones de afecto, que no sean ocasión de pecado. Ante la perspectiva concreta, real, y relativamente próxima, de matrimonio –aunque no exista la certeza de que se llegará a contraerlo– cabe hablar de una nueva situación en la que el compromiso tiene garantías objetivas y externas de estabilidad, como son la edad, la situación profesional, la maduración del conocimiento recíproco, etc. En esas circunstancias, pueden ser moralmente rectas ciertas manifestaciones de amor mutuo, delicadas y limpias, que no encierren ni siquiera implícitamente una intención torcida, y que en todo caso se han de cortar enérgicamente si llegaran a representar una tentación contra la pureza, en los dos o en uno solo (11). Expresiones de cariño que no son «en parte iguales y en parte diversas» a las propias de los cónyuges, sino esencialmente diversas, como es diverso su compromiso de pacto matrimonial, y que, por tanto, han de estar presididas por el peculiar respeto recíproco que se deben dos personas que aún no se pertenecen: «Los novios están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esa prueba han de ver un descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la esperanza de recibirse el uno y el otro de Dios. Reservarán para el tiempo de matrimonio las manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal»
Digamos de entrada que la castidad en el noviazgo tiene en general las mismas características que la de los demás célibes. Tan sólo cambia la motivación para ciertas conversaciones más personales y algunas demostraciones de afecto, que no sean ocasión de pecado. Ante la perspectiva concreta, real, y relativamente próxima, de matrimonio –aunque no exista la certeza de que se llegará a contraerlo– cabe hablar de una nueva situación en la que el compromiso tiene garantías objetivas y externas de estabilidad, como son la edad, la situación profesional, la maduración del conocimiento recíproco, etc. En esas circunstancias, pueden ser moralmente rectas ciertas manifestaciones de amor mutuo, delicadas y limpias, que no encierren ni siquiera implícitamente una intención torcida, y que en todo caso se han de cortar enérgicamente si llegaran a representar una tentación contra la pureza, en los dos o en uno solo (11). Expresiones de cariño que no son «en parte iguales y en parte diversas» a las propias de los cónyuges, sino esencialmente diversas, como es diverso su compromiso de pacto matrimonial, y que, por tanto, han de estar presididas por el peculiar respeto recíproco que se deben dos personas que aún no se pertenecen: «Los novios están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esa prueba han de ver un descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la esperanza de recibirse el uno y el otro de Dios. Reservarán para el tiempo de matrimonio las manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal»
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